La literatura trata de la existencia humana, es un discurso, y tanto peor para los que tienen miedo
a las grandes palabras,orientado hacia la verdad y la moral. Tzvetan Todorov
La
literatura es una institución social y estética de importancia
primordial que debe ser ofrecida a los ciudadanos desde el pluralismo
crítico y teórico sin olvidar su trascendencia ética. La democracia
moderna se caracteriza por la mediocratización de las ideas culturales.
El conocimiento de la literatura debe contribuir a la dignificación de
la cultura. No es necesaria una justificación intelectual que legitime
la necesidad de acercarse mediante una serie de reflexiones
metateóricas al estudio de las ideas literarias. Tampoco parece
necesaria la defensa de los estudios histórico-literarios (Wahnón,
1991b). No olvidamos, sin embargo, la importancia
que tiene el conocimiento de los avatares históricos, sobre todo de las
transformaciones en la percepción estética y en los valores producidos
en el siglo XIX.Como dice George Steiner,
La conjunción de un extremado dinamismo económico y técnico con una
gran medida de inmovilidad social impuesta (conjunción de la que estaba
constituido un siglo de civilización burguesa y liberal) representaba
una mezcla explosiva. Esa mezcla provocó en la vida artística e
intelectual ciertas respuestas específicas que en última instancia eran
destructoras. Según me parece, dichas respuestas constituyen la
significación del romanticismo. Partiendo de ellas se desarrolló la
nostalgia del desastre. (1971:37)
Hoy
estamos viviendo una situación similar a la que nos presenta Steiner.
¿Volverá el desastre o ya estamos en él? Debemos volver a la concepción
de la literatura como revulsivo de las conciencias. Frente a la idea de
la autonomía de la literatura que ve al lector no como un ser social
sino como un alma solitaria que busca en su más recóndita soledad el
sentido estético (Bloom), debemos volver a la vieja evidencia de que la
literatura nos habla del hombre y de sus circunstancias, del hombre y
del mundo. No se trata de ponerse al servicio de ningún objetivo
social, por moralmente admirable que sea éste. Pero tampoco podemos,
después de Freud, admitir una lectura que privilegia un yo fuerte y una
identidad reforzada -que es lo que hace Bloom. Debemos fomentar una
lectura disgregadora, que disuelve la identidad del yo, que acepta su
división y atiende a la diferencia, "(...) es decir, el fondo caótico
de la existencia." [Zavala, 1996:51]. Hay que diferenciar el yo del
sujeto productor de un discurso organizado y de las ideologías
(Lyotard, Baudrillard). Es verdad que el estudio de la literatura no
salvará a nadie pero le dará múltiples razones para comprender el
mundo, para entenderlo en su compleja conformidad. Podemos aunar
criterios estéticos y cognitivos con valores morales y políticos.
Para
avanzar en nuestra propuesta hay que empezar por lo obvio, la lectura,
la relación del lector con el texto, sustento fenomenológico del
fenómeno literario. Dice Steiner que le gustaría ser recordado como un
maestro de lectura, como alguien que ha pasado su vida leyendo con los
demás. De eso se trata. Una lectura responsable, que exige una
respuesta, la búsqueda de un sentido que no puede quedar reducido a la
textualidad. Como dice Hartman (1984), el acto de la lectura incluye
signos no-verbales. No se trata de practicar el acercamiento a la obra
literaria con métodos extrínsecos. La obra artística verbal no es sólo
lenguaje, como las pinturas de Goya no son sólo materia, colores,
formas,... No abominamos del positivismo pero tampoco queremos reducir
el sentido de un texto, restringir su interpretación a su inmanencia.
La
cultura occidental ha dejado de ser esencial para el desarrollo del
mundo, ha perdido la fuerza intelectual y moral que tenía. No somos el
centro del globo. Debemos abrirnos a la pluralidad y a la riqueza que
supone el mestizaje cultural (véase como ejemplo el concepto de
traducción como mestizaje de Rodríguez Monroy, 1994). La autoridad
canónica se tambalea. No hay que apuntalarla sino derribarla
definitivamente.
Tampoco
podemos proponer un modelo de cultura, sustituir un paradigma por otro.
En todo caso, defendemos la idea de una educación centrada en el
humanismo, la recuperación de las ideas pedagógicas de Giner de los
Ríos, de José María de Cossío, del krausismo, que hicieron brillar la
vida intelectual de nuestro país. Es cierto que una mayor educación no
justifica el desarrollo racional y estable de un pueblo -cultos y
afamados personajes de las letras han cometido las mayores
barbaridades- pero es una herramienta poderosísima de avance social.
Queremos desarrollar una crítica dialógica (Todorov, 1984) que explique
la teoría literaria y el objeto artístico, una crítica cuyo sentido
resida en ir más allá de la oposición entre dogmatismo y escepticismo,
sin rechazar los acercamientos inmanentes pero intentando trascenderlos
mediante la búsqueda del sentido que tiene para cada uno de nosotros el
milagro de la creación estética, en diálogo permanente con el autor y
los futuros lectores del texto literario y de su comentario.